“La abnegada labor de los cristianos del pasado debería ser para nosotros una lección objetiva y una inspiración. Los miembros de la iglesia de Dios deben ser celosos de buenas obras, renunciar a las ambiciones mundanales, y caminar en los pasos de Aquel que anduvo haciendo bienes. Con corazones llenos de simpatía y compasión, han de ministrar a los que necesitan ayuda, y comunicar a los pecadores el conocimiento del amor del Salvador… Los que se dedican a él con sinceridad de propósito verán almas ganadas al Salvador; porque la influencia que acompaña al cumplimiento práctico de la comisión divina es irresistible” (Hechos de los Apóstoles, p. 90).
El pastor de una iglesia en nuestra Unión me invitó para asistir a una sesión administrativa de su iglesia donde se trataría el tema de la compra de un terreno para construir una iglesia. En la reunión se propuso la visión de que el nuevo templo fuera un lugar donde además de la función de adoración y la enseñanza de la palabra de Dios fuese también un centro de servicio para la comunidad.
Ese comentario me hizo recordar la explicación de la visión de “la colmena” que Elena G. de White tuvo en 1901 en la que vio dos colmenas que representaban la obra que se necesitaba hacer en las ciudades de Oakland y San Francisco en el estado de California. En 1906 ella se maravilló de cuán activa estaba “la colmena” de San Francisco. En el libro El Ministerio Pastoral, p.137, ella describe una iglesia que tenía un programa multifacético para alcanzar a la comunidad. Ella menciona los quince servicios diferentes que se desempeñaban allí, algunos de los cuales eran: hospedaje para huérfanos, trabajo para los desocupados, atención médica para los enfermos, almacén de alimentos, restaurante vegetariano. Al pensar en lo que se hizo en San Francisco, me pregunté cómo y porqué llegaron a ofrecer tanta obra misionera.
Elena G. de White explica que la función de los cristianos en los tiempos de los apóstoles era no solo predicar sino también hacer obras de caridad. Es notable el ejemplo de Dorcas. Ella se esforzaba en ayudar a sus prójimos, y como consecuencia se ganaba el cariño de la gente. La Biblia hace muy claro que la iglesia del Nuevo Testamento acostumbraba a hacer el bien a los demás. A mi parecer, la razón por la cual la iglesia crecía tanto es por haber recibido y compartido la gracia de Dios.
En Mateo10:8, nuestro Señor dice: “de gracia recibisteis, dad de gracia”. Esto quiere decir que la gracia (amor inmerecido) que recibimos es algo que no debemos guardar solo para nosotros, sino que debemos compartirla con entusiasmo con los demás. El cristiano verdaderamente convertido es “celoso de buenas obras”. Los miembros de las iglesias del Nuevo Testamento y de la iglesia de San Francisco estaban llenos de la gracia de Dios, y como consecuencia, ganaban los corazones de las comunidades donde estaban.
Quiero animar al lector para que examine su vida y se pregunte si está compartiendo la gracia de Dios con otros. Le aseguro que si usted y los demás miembros de su iglesia comparten esa gracia verán almas ganadas para Cristo.